El trabajo no debería ser fuente de pobreza. Quien trabaja no debe ser pobre. Sin embargo, eso es precisamente lo que sucede en el país.

México no es un país pobre y, sin embargo, más de la mitad de su población sobrevive día a día en el abismo de la pobreza.

Hoy, como hace 25 años, 53 % de las personas que viven en el país lo hacen en condiciones de pobreza. Con la diferencia de que hoy son 11 millones de personas más que hace 25 años. 64 millones de personas en total que carecen del ingreso suficiente para comprar al menos la canasta básica.

Sin embargo, cometeríamos un grave error si pensamos que la pobreza afecta únicamente a quienes viven en esa situación. El verdadero problema es que la pobreza:

  • Debilita nuestra democracia: al generar un terreno propicio para el clientelismo, la corrupción y la impunidad. Lo que sucedió recientemente en el Estado de México es un claro recordatorio del uso electoral que se hace de la pobreza.
  • Debilita nuestra economía: al condicionar el mercado interno.
  • Mina nuestra estabilidad y nuestra viabilidad como país: al excluir a millones de personas y regiones enteras del desarrollo.
  • Y por desgracia ha sido el caldo de cultivo propicio del crimen, la violencia y la violación sistemática de DDHH que flagelan al país.

Esta situación de pobreza y desigualdad refleja una realidad en donde la mayoría se encuentra en desventaja frente a una minoría privilegiada. Pero la pobreza no es sólo la falta de dinero, sino la incapacidad para desarrollar todo el potencial de las personas, con el alto costo que esto representa para el país.

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