La pobreza crónica tiene rostro y geografía. Pueblos indígenas y territorios del sur–sureste del país, concentran altos niveles de pobreza y múltiples carencias sociales. Padecen desigualdad extrema en el ejercicio de derechos. Han vivido excluidos por décadas, que en algunos casos llegan a ser siglos.
La pobreza crónica tiene rostro y geografía. Pueblos indígenas y territorios del sur–sureste del país, concentran altos niveles de pobreza y múltiples carencias sociales. Padecen desigualdad extrema en el ejercicio de derechos. Han vivido excluidos por décadas, que en algunos casos llegan a ser siglos.
La paradoja es que muchos de esos pueblos indígenas y territorios del sur-sureste están dentro o junto a territorios con gran riqueza natural. Bosques, selvas, ríos, yacimientos minerales, y parte importante de la biodiversidad y de los recursos energéticos del país, comparten geografía con los territorios con mayor pobreza.
Esta paradoja debe enfrentarse con políticas de inclusión y cohesión social territorial.
Según las cifras más recientes, hay 1030 municipios donde 75% o más de la población carece de ingreso suficiente para adquirir la canasta básica. En ellos, hay 10 millones 300 mil personas en “pobreza por ingresos”. Estos “mil municipios” se concentran en el sur-sureste. 437 están en Oaxaca, 160 en Puebla, 90 en Chiapas, 87 en Veracruz y 44 en Guerrero.
Las personas indígenas —que son mayoría en esos territorios— registran las más altas tasas de pobreza. Casi todas presentan al menos una carencia social (93%), 7 de cada 10 se encuentran en pobreza (72%) y 4 de cada 10 carecen de ingreso suficiente para adquirir la canasta alimentaria (42%).
La pobreza es crónica, endémica y severa. Ahí se dan condiciones estructurales que atrapan a las personas en un círculo vicioso. Carencias y obstáculos que se acumulan durante el ciclo de vida desde el nacimiento hasta la vejez y que se heredan a la siguiente generación. Auténticas trampas de pobreza.
Por ejemplo, la desnutrición crónica infantil, que afecta el desarrollo de las capacidades del cerebro, afecta a 4% de las niñas y niños menores a 5 años en los hogares de mayor ingreso (quintil V), pero afecta a 17% en los hogares del sur del país (quintil I) y al 25% en hogares indígenas (datos de la ENIM 2015, de Unicef e INSP).
También los resultados educativos deficientes y las mayores tasas de abandono escolar son más altas entre indígenas y en el sur. Así arranca el círculo vicioso, que se reproduce y se convierte en causa y efecto de la pobreza crónica.
Hasta ahora se ha hecho muy poco y menos aún que sea efectivo. Las mejoras son lentas, insuficientes y muchas veces incompletas. Por ejemplo, la cobertura educativa y de salud se realiza con las modalidades más precarias: Conafe, telesecundarias y telebachilleratos e IMSS Bienestar y Caravanas de la salud. Al aplicar “pobres programas para pobres” el Estado profundiza la desigualdad.
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